viernes, 7 de octubre de 2011

Hoy soy un poquito más yo.

—¿Cuándo se curará tu pánico a los aviones? —pregunté

—¿Cómo te has enterado de eso? —preguntó, dejando el libro de nuevo en la estantería.

—Un pájaro me lo contó —guiñé un ojo y seguí caminando con tranquilidad por el largo pasillo enmoquetado de la librería—. Me sorprendió que ese fuese tu gran miedo. Normalmente a la gente le encanta la sensación de libertad que da el poder volar.

—Bueno, a mí no. Los aviones son mi Freddy Krueger —confesó ella.

Él soltó una carcajada. Ella infló los mofletes de forma infantil. ¡Qué rabia le daba el hecho de que siempre se rieran de ella por eso!

—Además —siguió hablando—, ¿no son mejores los barcos? Todo ese olor a mar, el balanceo de las olas, saber que, de cierta forma, caminas por el agua. Yo siempre fui una marinera.

—Oye, ¿y si te llevo un día a volar en mi avioneta? —sugerí—. Podría ayudarte con tu miedo a volar.

—¡Ni loca! —exclamó, asustada—. Solo con escuchar el motor me marearía, y vomitaría, y la excursión terminaría siendo un desastre.

Encogió los hombros y no pronunció palabra alguna. Pensó en ello durante cinco largos minutos. Aprovecho que él estaba entretenido con los cd’s para escabullirme al pasillo de autoayuda. Encontré un libro para superar el pánico a volar, y entonces se dio cuenta de lo estúpida que estaba siendo. Intentar enfrentarme a su mayor miedo por un chico era una tontería. Él tenía que quererla incluso si los aviones la aterraban. Aún así, se lo llevo.

Ya fuera, propuso ir a una cafetería para terminar la tarde, pero él rechazó el plan, alegando que se había hecho tarde y tenía que regresar a casa. Me acompaño hasta mi parada de autobús y se volvió a casa andando.

Pasó de nuevo por la librería, y un sentimiento de indecisión se asentó en su pecho. ¿Sería mejor devolver el libro o quedárselo? Opto por lo primero, salvo que cuando lo saco no era el libro de autoayuda que ella había comprado, si no una guía turística. La abrió, sorprendida, y se encontró una notita de él escrita con rapidez:

Elige un destino y yo te llevo.
En barco, por supuesto.

martes, 21 de junio de 2011

Empezar de 0 :D

Cuando empiezas una historia, cuando cierras un libro y empiezas uno nuevo porque te has dado cuenta de que pasar páginas no sirve para nada, nunca te paras a pensar lo que te deparará, como será su final o directamente, si tendrá final.

Siempre empiezas con más ilusión, pensando que este libro será diferente, que tendrá una historia distinta, probablemente mucho más bonita que la de aquella que te hizo tanto daño. Te prometes a ti mismo no cometer los mismos errores, no tropezar cincuenta mil veces con la misma piedra y cambiar aquellas cosas que siempre hacían que todo saliera mal.

Con el tiempo te das cuenta de que lo verdaderamente importante no es que tú tengas que cambiar para que todo lo que deseas salga como quieres, si no que esa nueva protagonista de ese nuevo libro, te quiera tal y como eres, con tus meteduras de pata y tus sonrisas mañaneras.
Lo importante es que ese nuevo personaje también ponga de su parte y te haga sentir mucho mejor que el primero, que sientas que las cosas por una vez son diferentes y que no a todo hay que buscarle dobles sentidos.

Lo importante es que te sientas por una vez realmente querido, que te llenen de abrazos cada mañana y de besos cada noche. Que te guste ese libro hasta el punto de no querer pasar página nunca, porque entonces...te verás completamente obligado a cerrarlo de nuevo

sábado, 14 de mayo de 2011

el 1º paso

Cerré los ojos y tomé aire. Levanté la cabeza y seguí hacia adelante, sin parar. El cielo estaba tan oscuro y la calles tan vacías... Me dolió recordarte por un segundo pero en seguida te quité de mis pensamientos. No sé como lo he hecho pero he conseguido poder controlarlos y eso me permite no tenerte dentro de mi cabeza más de lo necesario. Solo había que cambiar el chip y tirar hacia adelante, como siempre. Entonces sonó aquella canción: "caer está permitido levantarse es una obligación".

martes, 10 de mayo de 2011

- El amor es una estupidez- dijo él seriamente.
- ¿Ah, sí? ¿De verdad que crees eso? Dame una razón- respondió ella enfadada.
- Claro que lo creo. ¿Una razón? Es fácil. No puedes llamar amor a algo que tarde o temprano puede acabarse, porque sí, soy de los que creen que nada es para siempre. Siempre hay algo que marca el final.
- O sea, que tu explicación para no creer en el amor es simplemente que siempre se acaba ¿no? Eso sí que es una estupidez- dijo ella riéndose.
- ¿Y por qué te hace tanta gracia?- dijo él molesto.
- Porque a ti lo que te pasa es que el amor te da miedo. Te da vértigo llegar a querer tanto a alguien hasta el punto de dejarlo todo y que de repente todo eso a lo que tu te aferrabas se esfume. Eso es lo que te pasa. – le dijo ella sonriente.
- No sabes lo que dices. Nunca creí y nunca creeré en el amor.
- ¿Y sabes lo peor de todo? Que eso es lo que te está pasando conmigo. Hemos jugado a querernos ¿sabes? Y teníamos que correr el riesgo de enamorarnos perdidamente el uno del otro. ¿Qué pasa, tienes miedo a dejarlo todo por mi?
- Cállate...
- Ni si quiera tienes valor para admitirlo Damian. No temas, no me voy a ir de tu lado. Ni ahora ni nunca.
- Entonces no lo entiendo… ¿qué esperas de mi?
- ¿Que qué espero? Que pasen los años y me sigas mirando como si fueras a comerme, que hagas que la magia no desaparezca. Que no tengas miedo a quererme Damian y sobre todo, que no te avergüences de tus sentimientos.

domingo, 8 de mayo de 2011

Tipico de ti.

Habías dejado la ropa tirada por toda la habitación, era propio de ti. El desorden de tu vida traducido en el desorden de tu casa. Ponerte los calcetines al revés y pintarte las uñas de colores. Mirabas la vida cómo quien mira una luz que se apaga. Tenías la manía de coger el autobús y aparecer en cualquier cafetería para probar su café, y apuntabas en tu libreta el recorrido que habías hecho y el sabor. Ya no bailabas, sólo soñabas con coger un avión y aparecer en otra ciudad diferente. Te ahogaban los días y por eso tu manía de coger autobuses, creías que eran aviones con ruedas y puede que te llevaran a un sitio mejor. Los años habían pasado. Los días de caminar por las vías del tren desafiando la vida con una sonrisa habían terminado. Cuando llegabas a casa te tumbabas en el suelo y ponías las piernas en lo alto mientras la tetera hacía su trabajo. Esos minutos eran los únicos en los que la calma aparecía. El techo daba vueltas y tú alargabas los brazos hacia él. Bailando con el aire y formando figuras extrañas. Era una locura rara y a la vez fantástica. No tenías visitas. No había nadie picando a la puerta y tú seguías bailando por el pasillo olvidando. Olvidando los zarpazos al corazón, las canciones que arañan por dentro, los trenes y sus recorridos, los sabores del café, los viajes sin sentido ni destino, los dibujos del techo, los aviones de vuelta y las maletas que nunca se hicieron. Olvidando el sabor del té, el olor de las mañanas y todo lo que habías escrito en esa maldita libreta. Tenías que renacer. Y recordabas que vivías en una ciudad nueva, que aún te quedaban por conocer unas cuarenta calles, que tenías pendientes por leer unos doscientos libros y por conocer unas cincuenta personas. Recordabas que aún quedaban momentos que te encogían el alma y personas que abrazaban sin esperar nada a cambio. Recordabas que hoy es siempre todavía. Y el cielo del techo se vestía de colores, por fin se había escapado el gris bajo la puerta. La tetera ya estaba sonando