sábado, 14 de mayo de 2011

el 1º paso

Cerré los ojos y tomé aire. Levanté la cabeza y seguí hacia adelante, sin parar. El cielo estaba tan oscuro y la calles tan vacías... Me dolió recordarte por un segundo pero en seguida te quité de mis pensamientos. No sé como lo he hecho pero he conseguido poder controlarlos y eso me permite no tenerte dentro de mi cabeza más de lo necesario. Solo había que cambiar el chip y tirar hacia adelante, como siempre. Entonces sonó aquella canción: "caer está permitido levantarse es una obligación".

martes, 10 de mayo de 2011

- El amor es una estupidez- dijo él seriamente.
- ¿Ah, sí? ¿De verdad que crees eso? Dame una razón- respondió ella enfadada.
- Claro que lo creo. ¿Una razón? Es fácil. No puedes llamar amor a algo que tarde o temprano puede acabarse, porque sí, soy de los que creen que nada es para siempre. Siempre hay algo que marca el final.
- O sea, que tu explicación para no creer en el amor es simplemente que siempre se acaba ¿no? Eso sí que es una estupidez- dijo ella riéndose.
- ¿Y por qué te hace tanta gracia?- dijo él molesto.
- Porque a ti lo que te pasa es que el amor te da miedo. Te da vértigo llegar a querer tanto a alguien hasta el punto de dejarlo todo y que de repente todo eso a lo que tu te aferrabas se esfume. Eso es lo que te pasa. – le dijo ella sonriente.
- No sabes lo que dices. Nunca creí y nunca creeré en el amor.
- ¿Y sabes lo peor de todo? Que eso es lo que te está pasando conmigo. Hemos jugado a querernos ¿sabes? Y teníamos que correr el riesgo de enamorarnos perdidamente el uno del otro. ¿Qué pasa, tienes miedo a dejarlo todo por mi?
- Cállate...
- Ni si quiera tienes valor para admitirlo Damian. No temas, no me voy a ir de tu lado. Ni ahora ni nunca.
- Entonces no lo entiendo… ¿qué esperas de mi?
- ¿Que qué espero? Que pasen los años y me sigas mirando como si fueras a comerme, que hagas que la magia no desaparezca. Que no tengas miedo a quererme Damian y sobre todo, que no te avergüences de tus sentimientos.

domingo, 8 de mayo de 2011

Tipico de ti.

Habías dejado la ropa tirada por toda la habitación, era propio de ti. El desorden de tu vida traducido en el desorden de tu casa. Ponerte los calcetines al revés y pintarte las uñas de colores. Mirabas la vida cómo quien mira una luz que se apaga. Tenías la manía de coger el autobús y aparecer en cualquier cafetería para probar su café, y apuntabas en tu libreta el recorrido que habías hecho y el sabor. Ya no bailabas, sólo soñabas con coger un avión y aparecer en otra ciudad diferente. Te ahogaban los días y por eso tu manía de coger autobuses, creías que eran aviones con ruedas y puede que te llevaran a un sitio mejor. Los años habían pasado. Los días de caminar por las vías del tren desafiando la vida con una sonrisa habían terminado. Cuando llegabas a casa te tumbabas en el suelo y ponías las piernas en lo alto mientras la tetera hacía su trabajo. Esos minutos eran los únicos en los que la calma aparecía. El techo daba vueltas y tú alargabas los brazos hacia él. Bailando con el aire y formando figuras extrañas. Era una locura rara y a la vez fantástica. No tenías visitas. No había nadie picando a la puerta y tú seguías bailando por el pasillo olvidando. Olvidando los zarpazos al corazón, las canciones que arañan por dentro, los trenes y sus recorridos, los sabores del café, los viajes sin sentido ni destino, los dibujos del techo, los aviones de vuelta y las maletas que nunca se hicieron. Olvidando el sabor del té, el olor de las mañanas y todo lo que habías escrito en esa maldita libreta. Tenías que renacer. Y recordabas que vivías en una ciudad nueva, que aún te quedaban por conocer unas cuarenta calles, que tenías pendientes por leer unos doscientos libros y por conocer unas cincuenta personas. Recordabas que aún quedaban momentos que te encogían el alma y personas que abrazaban sin esperar nada a cambio. Recordabas que hoy es siempre todavía. Y el cielo del techo se vestía de colores, por fin se había escapado el gris bajo la puerta. La tetera ya estaba sonando

martes, 3 de mayo de 2011

Playa

Acabamos volviendo a nosotros mismos, al comienzo de los tiempos, como esa agua salada que viene y va y nunca pierde el norte. En cambio, nosotros lo perdemos, nos gritamos, nos queremos y después nos odiamos. Justo en el momento exacto en el que apareces en medio de la calle con tu sonrisa y me dejas sin armas. Quien quiere luchar contra el amor, con la sensación que va de mis manos a mis ojos cada vez que me paras para darme un beso. Dos pasos, un beso, y vuelta a empezar. Cerramos los ojos y nos dejamos llevar, y tú siempre buscas mis labios. Mis labios que son la vuelta al mundo. Un lanzamiento hacia el precipicio de tu ombligo. Termino apareciendo al oeste de mis dudas, en medio de una carretera sin final. Con maletas en la parte trasera de mi vida y un puñado de ilusiones que quieren hacerse realidad. Eso sí, hay una advertencia en medio del asfalto: Este corazón no aguanta más sacudidas.